Por mi estado económico me vi en la obligación de recomendar mi reloj a la tienda de antigüedades.
Me atreví a decir al empleado que el reloj se quedaba totalmente inmóvil junto a la pared ante todo lo que se manejara en casa de su dueño, que era muy callado, excepto cuando marcaba los cuartos y medias horas. En ese momento empezaba a decir: "Ánimo, ya queda menos".
Con esas palabras conseguí que el empleado mostrara una sonrisa, aunque un poco sarcástica.
Pero todo no quedó ahí. También le mostré dos cuadros pintados por mí.
El contenido del primer cuadro consistía en la imagen de un hombre junto a un fuego y cómo poco a poco su nariz y sus dedos se iban derritiendo y poniendo muy flexibles.
El segundo cuadro, unas manzanas cortadas a la mitad. Cada mitad tenía forma de un corazón bien definido.
El empleado me preguntó si tenía más en casa, a lo que contesté que sí, y que eran todavía más surrealistas, como por ejemplo, un hombre con cabeza de mono analizando pájaros o un conjunto de gatos resguardándose de la lluvia, vestidos con una gabardina.
Pero es que, además le sugerí un juego de ajedrez del año 1900 a cuyas piezas les salían ramas de árboles.
El empleado, aunque un poco desconfiado, al final me dijo que le enviara el reloj y que ya se vería después.
Teresa Ribello

No hay comentarios:
Publicar un comentario