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domingo, 31 de marzo de 2024

En el silencio de la noche///Todos en la mesa

 De lejos se oía el eco de las lechuzas en la noche. Daba un poco de respeto caminar por allí, a esas horas. Además, la lluvia no remitía, aunque caía débilmente.


Al señor no le importaba caminar mojándose, entre otras cosas porque llevaba un bulto en cada brazo. No paraban de pasar coches por la angosta carretera comarcal, aunque los que conducían parece ser que no le conocían. De otra forma, alguien habría parado para ayudarle con las bolsas y acercarle al pueblo. Pero no hubo ocasión de ello. 

El hombre se quejaba de que nadie parase para ayudarle. Cada paquete que llevaba podría pesar unos tres kilos.

El pobre hombre se fijaba en las lumbres que se reflejaban en los cristales de las pequeñas casas por las que pasaba. Enseguida le venía a su cabeza lo lejos que aún quedaba su morada.

- ¿Puedo ayudarle, buen hombre? -preguntó el desconocido desde la ventanilla de su coche-.

- Se lo agradecería, señor -dijo el señor-.

- ¿De dónde viene? -dijo el conductor del automóvil-.

- Vengo del mercado. Salí tarde de casa y me ha sorprendido la noche -dijo el señor-.


 Teresa Ribello.


                                                               **********



Cuando Pip llegó a su casa, su hermana, la señora Joe le preguntó que dónde había estado. Él le contestó que había ido a escuchar cánticos de Navidad.

Joe le indicó a Pip, cruzando los dos índices, que la señora Joe estaba de mal humor, cosa que era muy normal en ella.


La comida fue magnífica. Consistió en pierna de cerdo, un par de gallos asados, pastel de carne y pudding.

La señora Joe puso nuevas cortinas blancas y quitó de todos los objetos de la sala las fundas que llevaban puestos todos los días del año.

Joe y Pip iban a la iglesia. La señora Joe, como tenía mucho trabajo iba de manera representada en ellos dos.

Hoy comerían en la casa el señor Wopsle, el sacristán de la iglesia, el señor Hubble, el carretero y su esposa y el tío Pumblechook, un rico tratante de granos.

Su hermana le dijo a Pip, en la mesa, que debía ser agradecido - ¿No lo oyes?.

El señor Pumblechook le dijo que tenía que ser agradecido con las personas que le habían criado a mano.

La señora Hubble le miró tristemente, meneando la cabeza y le dijo que de mayor no sería bueno.

El único que le ayudaba era Joe, que le daba salsa para comer.


Teresa Ribello.

GG.EE., Charles Dickens






domingo, 17 de marzo de 2024

Error de conducta///En los marjales

 Nada tenía sentido en lo que contestaba. La conversación parecía ir a ningún sitio.

- La cuestión es que no tengo adonde ir. Estoy solo -dijo Frankie-.

- ¿Es usted de aquí? -dijo el policía-.


- No. Bueno, nací aquí pero he estado viviendo la mayor parte de mi vida en Canadá.

- Y ¿por qué se vino de nuevo a este país? -preguntó el policía-.

- Quería conocer mis raíces, la familia que dejé aquí. Además, tengo compromisos de amistades que he hecho por internet. Pero ahora me doy cuenta que he cometido un gran error con venir -dijo Frankie-.

- Pues sí.

- Ignoraba que mi conducta se encontrara prohibida por la ley. Lo siento -dijo Frankie-.

- Va a tener suerte, pues en estos casos, la jurisprudencia no los incluye como delitos.

- Gracias, señor. De aquí en adelante estaré más atento a las normativas en este país. Tendré que leer mucho más a partir de ahora. Iré a casa de mi tío Paul mucho más tranquilo -dijo Frankie -.


Teresa Ribello.


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Había mucha humedad y niebla en los marjales. Allí lo vio de nuevo, sentado y cabeceando por el sueño. Estaba vuelto de espaldas y cuando le tocó el hombro vio que no era el mismo hombre. Tenía las mismas características, pero no era él. Después se fue corriendo entre la niebla.

Cuando llegó a la Batería encontró a su conocido. Se comió todo lo que Pip le llevó. Se lo comió todo de una vez.

Pip se fue marchando silenciosamente y dejó al hombre intentando romper el hierro de su pierna.


Teresa Ribello.

Grandes Esperanzas, Charles Dickens.



      


domingo, 3 de marzo de 2024

Su rincón favorito///Pan con manteca

En aquel rincón solo estaban ellos dos almorzando, como de costumbre, junto a la ventana que daba a la playa. El menú incluía muchas cosas, entre ellas, ensaladilla de mejillones a la pimienta. Era el plato favorito de los dos en aquel lugar. 


Todavía era invierno y el tiempo iba diciendo que llovería en cualquier momento, por los nubarrones que iban apareciendo poco a poco.

Más tarde tendrían una cita con unos amigos para ir a la inauguración del festival de teatro que se hacía anualmente en la ciudad. Acudirían, además de actores noveles, algunas estrellas ya reconocidas. Incluso, algún que otro actor y actriz retirados de la escena a los que se les tenían reservado hacer un merecido homenaje.

- Esta noche nos iremos a la cama un poco más tarde -dijo Martina-.

- Sí, todo terminará sobre la una, según me han informado. Además, incluirán un pequeño espectáculo musical -dijo Juan-.

- Vámonos dentro, que va a llover -dijo Martina-.


Teresa Ribello.


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La hermana de Pip tenía veinte años más que él. Le gustaba castigarle. Pip había pensado que había obligado a Joe Gargery a casarse con ella.

Joe Gargery tenía una forja al lado de su casa de madera. La hermana de Pip usaba un bastón llamado Thickler para castigarle.


- ¿Dónde has estado, mico asqueroso? -preguntó la señora Joe-. Ya es bastante desgracia ser mujer de un herrero, sin ser tampoco tu madre.

Aunque tenía hambre, pensaba que no podría comer todo el pan con manteca que su hermana le estaba untando porque debía guardar algo para el terrible desconocido del cementerio. Entonces, se guardó aquel trozo de pan con manteca en su pantalón.

Nunca le dejaban una vela para subir a dormir y pensaba que no se libraría ni de aquel terrible hombre del hierro en la pierna ni de su todopoderosa hermana.

Cogió todo lo que pudo de la despensa y salió por la puerta de la cocina que comunicaba con la fragua. También cogió una lima, de entre las herramientas de Joe y marchó a los marjales, donde se encontraría con aquel espantoso hombre.


Teresa Ribello.

Grandes Esperanzas, Charles Dickens.




Alimentos engañosos

De entre todos los productos de la lista de la compra para esa semana, observó que muchos de ellos eran de último lanzamiento y verdaderamen...