La campaña solo duró dos semanas, pero el trabajo era más duro, si cabe, durante el siguiente mes. Si no se llegaba al objetivo que, desde un principio se había marcado, habría que atenerse a las consecuencias.
María se sentía un poco agobiada. Era como si estuviese inmersa en una selva de la que no podía salir. Las distancias se hacían cada vez más largas. Muchas veces se veía en un círculo vicioso del que no podía librarse.
Buena muestra de ello era el hecho de que tenía que llevar adelante una hija pequeña, un matrimonio, feliz, pero al que no le faltaban las dificultades, la casa y el trabajo.
La vivienda no era demasiado grande ni demasiado pequeña. Para ellos tres, estaba bien.
Javier, su marido, se estaba afeitando, cuando le preguntó a María si quería que le ayudara en algo.
Colaboraba también en casa, pero no era de los que más arrimaban el hombro.
Era la mano derecha del Director de una sucursal bancaria, en Madrid. Recientemente, su entidad había sufrido un asalto a mano armada y tenía que resolver y aportar datos junto con sus compañeros, sobre lo sucedido por parte de unos delincuentes, a los que todavía no habían localizado. Estos hicieron daño en el brazo de Javier, cuando intentaron lanzarle un objeto pesado, mientras estaba en su puesto como subdirector de la entidad.
Eran muy aficionados a la música clásica. De fondo se escuchaba un concierto para órgano de Bach.
Ella calentaba una infusión en el microondas y pensaba con ilusión ir al cine esa tarde con su familia.
Teresa Ribello.