La puerta de hierro de la terraza sonó más fuerte que nunca. ¿Quién sería?, pues todos se habían reunido para comer y estaban de charla en el comedor.
Sofía soltó deprisa la sartén en el fregadero y salió a averiguar quién podría ser.
- ¿Has fingido ser otra persona? Pero si es mi sobrino favorito...Siéntate -dijo Sofía-.
- Gracias. Esta mañana he visto a tu hijo Alex en el centro comercial y me ha invitado a comer. Supongo que lo sabrías.
- No me lo ha dicho, pero supongo que donde caben cinco, caben seis -respondió Sofía-.
- Tienes la misma apariencia de siempre, tía Sofía. Nunca cambias -comentó Philip -Estás igual que mi madre.
- No hagamos comparaciones. Tu madre es diez años más joven que yo. Lo que pasa que ella tomó un camino distinto. Trabajar en el campo es muy duro. ¿Habéis producido muchas cerezas este año? -preguntó ella-.
Desde el fondo del comedor se oía el murmullo de la familia llamando para sentarse alrededor de la mesa.
-No te puedo dar una cifra exacta, pero no podíamos con tanto trabajo -le explicó-.
Fuera, se veía venir una gran nube negra, que seguramente descargaría de un momento a otro, en cuanto se posara encima del vecindario. Era un tiempo seco y soleado. Septiembre estaba a punto de comenzar y ya tocaba que cayera algún chaparrón.
- Bueno, vamos a la mesa, me falta poner la ensalada -les animó-.
-Ah, ¿te has enterado de la noticia? -preguntó Philip-.
-¿Qué noticia? ¿Ha ocurrido algo que yo no sepa?
-Mi hermana, la han trasladado a otro sitio.
-¿Muy lejos?
- A Minnesota. Está contenta, pero por otro lado tendrá que soportar unos largos inviernos con bajas temperaturas y una mala política fiscal.
- Enseguida se acostumbrará. Dicen que los habitantes de Minnesota son cálidos y amigables. ¿Nos comemos la ensalada?
Teresa Ribello
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