Desde la amplia ventana del salón se divisaba el dorado parque con su aire enfurecido soplando sobre los árboles y sus ajetreadas hojas. Por el intenso viento, aquel no era un día propicio para salir a dar un paseo. Por eso, preferí quedarme en casa mirando por aquella extrovertida ventana todo lo que acontecía en el exterior.
Me sorprendió escuchar de pronto el sonido amarillo resplandeciente de las campanas, que empezó a dar una luz especial a todo el paisaje. También me sorprendió el tranquilo tranvía que cruzaba la plaza en aquel momento y que no pudo recoger a tiempo a aquel apagado hombre vestido de negro, que seguramente iría sujeto en sus pensamientos.
El cielo era de un azul brillante. Por él cruzaban algunos pájaros solitarios y en bandadas, tan bien formadas que parecían soldados de un gran ejército venido de otro mundo.
Todo transcurría normalmente, y ello parecía aumentar mi sentimiento de complacencia hacia todo lo que me rodeaba.
Teresa Ribello

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